Fuente: The Conversation
Por: Fátima Servián Franco
¿En qué consisten las buenas prácticas de atención al final de la vida? ¿Cuáles son sus funciones e intervenciones? ¿Hay evidencias de que mejoren la calidad de vida en esta etapa de nuestra existencia?
Las publicaciones científicas y profesionales sobre cuidados paliativos señalan la importancia de la atención emocional. Los obstáculos se encuentran en nuestro contexto social, en el que no existe una buena muerte.
Los pacientes atendidos en cuidados paliativo muestran un estado emocional desregulado. Son prevalentes los signos de distrés relativos a la ansiedad y la depresión.
En el seno de la Sociedad Española de Cuidados Paliativos (SECPAL) se creó el Grupo de Espiritualidad GES. Este fue diseñado con el fin de crear un modelo para esta situación. Parte de una forma de entender la espiritualidad, sufrimiento y bienestar de la propia persona.
El modelo presenta tres anclajes fundamentales:
En una reciente actualización del manual de Medicina Paliativa, se expone la idea de sufrimiento frente a la amenaza a la integridad de la persona. Esto se prolonga hasta el restablecimiento de dicha integridad.
“Nada es tan cierto como la muerte”.
Séneca
Herederos del movimiento Hospices impulsado por Cicely Saunders, los cuidados paliativos se presentan como una crítica a la forma tecnificada e impersonal de gestionar la muerte en los ámbitos médicos. A partir de un abordaje interdisciplinario que propone una atención integral, basada en el control de síntomas físicos, el apoyo psicosocial y espiritual.
El cuidado, asociado a actitudes de compasión y empatía, se distingue del conocimiento y habilidades técnicas de la biomedicina. En enfermedades terminales, la escucha y las relaciones interpersonales entre profesionales y pacientes adquieren mayor relevancia. En ocasiones, constituyen un espacio privilegiado de la atención médica.
Entre las posturas críticas a los cuidados paliativos, se ha señalado el avance de la medicalización y el poder de la medicina en el periodo final de la vida. Este ha supuesto la emergencia y desarrollo de una especialidad médica sobre el proceso de morir.
Otra, que actualmente está siendo subsanada, es la profesionalización de los cuidados paliativos obviando ciertos aspectos. Entre ellos, las vertientes psicológicas, sociales y espirituales del cuidado, cuestionando los principios originales del movimiento.
El contacto físico, la escucha, el hecho de acompañar a los pacientes en momentos de angustia y preocupación… Todo ello supone, a su vez, un trabajo sobre las emociones. Un trabajo que también requiere entrenamiento, conocimientos y habilidades técnicas y comunicacionales.
Hacia esta línea menos biologicista se mueve el marco de los cuidados paliativos, humanizando más aun el proceso de la muerte. Se diferencia así de las corrientes más impersonales. Por ejemplo, de las que renuncian a una asistencia integral, aislando a las personas en la última parte de la vida.
La medicina sin ciencia es peligrosa y sin caridad es inhumana.
Las fortalezas de las personas permiten hacer frente a las dificultades. Indudablemente, condicionan el bienestar emocional. Así, la resiliencia y las percepciones sobre recursos son fundamentales en la última etapa de la vida.
Los estudios sobre la resiliencia intentan entender la complejidad de las respuestas humanas a las grandes dificultades. Hablar de ello implica asumir la posibilidad de crecer ante ellas, mostrándonos una capacidad humana universal que permite minimizar para superar la adversidad.
Elaboradas de forma efectiva, las necesidades espirituales ayudarán a la persona al final de la vida a encontrar significado. También a mantener la esperanza y aceptar la muerte. El asesoramiento psicológico es una de las terapias más utilizadas para mejorar estas necesidades.
Las necesidades espirituales y su cobertura se relacionan íntimamente con el resto de necesidades de los pacientes. Por ejemplo, con las emocionales, físicas o sociales.
De hecho, diversos trabajos muestran cómo las necesidades espirituales están estrechamente relacionadas con la calidad de vida de los pacientes.
Toda esta evidencia genera distintas intervenciones para mejorar la gestión de estas necesidades. Múltiples estudios han probado con éxito las intervenciones psicológicas para los pacientes en cuidados paliativos.
El abordaje integral en la actuación profesional ha dado lugar a intervenciones normativas sobre la experiencia de morir.
Aspectos como los sentimientos y temores o las relaciones y dinámicas familiares son susceptibles de ser evaluados. Pueden reconvertirse en objeto de intervenciones específicas.
Al fin y al cabo, las experiencias de los pacientes y de los familiares son traducidas como recursos, obstáculos y vulnerabilidades en el trabajo de producción del “buen morir”.
La vida y la muerte pueden asemejarse a una ola. Las olas nacen, se forman, crecen y al llegar a la orilla el agua se desvanecen y vuelven al mar.
José de Teresa 253, Campestre Tlacopac, Álvaro Obregón, CP 01040, CDMX
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