Fuente: Reforma
Por: Eugenio Torres
Fecha: 27 de junio de 2020
En cualquier momento, la muerte de los seres queridos es dolorosa. Pero ahora, en tiempos de pandemia, ha resultado más triste y frustrante para quienes no han podido despedirse, con los rituales habituales, de las personas cercanas que han fallecido.
Así lo explica la psicóloga Gina Tarditi, quien aborda el tema en su más reciente libro «El duelo en medio de la pandemia».
«Durante la pandemia se vive el duelo de manera muy triste, incluso en los casos de personas que no mueren por Covid, pero fallecen en este contexto. Está siendo tremendamente difícil porque no pueden llevar a cabo los rituales acostumbrados: los funerales están regidos por la sana distancia, y, con todas las medidas que estamos tomando para controlar la pandemia, las personas se quedan con la sensación de ‘no pude hacer lo que quería’, el abrazo, el apapacho al que estamos acostumbrados».
La especialista del Instituto Nacional de Cancerología, y que se ha dedicado al área de cuidados paliativos y la atención de enfermos terminales y sus familiares, destaca la importancia de, aun con la contingencia, realizar ciertos rituales.
«Hay que ser suficientemente flexibles, que puedan despedirse de su ser querido, de otra manera, pero igualmente válida tanto para quien se fue como para quien se queda. Cada uno, con su círculo más cercano, tendrá que ponerse de acuerdo en cómo despedirse de su ser querido fallecido», recomienda la también tanatóloga.
Otro de los efectos que ha observado Tarditi durante la actual emergencia sanitaria es mucha ansiedad en personas de la tercera edad o de quienes tienen comorbilidades porque, aunque se estén cuidando, tienen un dejo de tristeza al no poder convivir con sus seres queridos y no saber cuándo volverá la normalidad. Todo ello les provoca miedo e incertidumbre.
¿Cuál fue tu intención al escribir El duelo en medio de la pandemia?
Acercar la ayuda a personas que están viviendo diferentes tipos de pérdidas y cambios en la vida. Esta pandemia realmente nos ha sacudido a todos. Esto ha generado desde incertidumbre, y no es que antes no existiera, sino que estamos más conscientes que por mucho que queramos tener control sobre lo que la vida nos depara, sabemos ahora que los seres humanos somos vulnerables y esto hace que tengamos que enfrentar el miedo de no saber que hay para nosotros en el día de mañana.
Quisiera yo pensar que este libro puede favorecer duelos saludables, que permita a las personas tomar ideas, que sirva de guía. Es un libro teórico-práctico. Explica de manera breve lo que es el duelo, que es un proceso de adaptación natural que se da ante cualquier cambio importante en la vida de las personas. Cada persona lo vive de manera diferente.
Luego propongo tres dinámicas que hago habitualmente en el Instituto Nacional de Cancerología. Un intento quizás atrevido de llevar estas dinámicas al nivel individual o, para quien lo desee, con su familia o personas cercanas.
Trabajar por un lado las emociones, identificarlas, reconociendo lo que estamos viviendo a cada momento. Es la única forma de saber qué es lo que podemos hacer con eso que estamos sintiendo, con emociones que han estado estigmatizadas. Y lo que hay que aprender es a gestionarlas para usarlas a nuestro favor. Propongo un ejercicio de cómo trabajarlas.
Por otro lado, propongo que cada quien pueda identificar con qué herramientas cuentan, con qué talentos, dones, puntos fuertes. Pueden ser la esperanza, la solidaridad, la empatía, la confianza, la fe, la tolerancia, la ternura. Todas estas son herramientas para utilizarlas, para fortalecerlas cuando sea necesario, y propongo también la forma de hacerlo.
Y, finalmente, una vez reconocido qué estoy sintiendo y qué herramientas tengo para manejarlo de mejor forma, que cada uno emprenda su propio camino de reconstrucción.
Todo nuestro pequeño mundo se ve afectado, pero podemos reconstruirnos. Va a depender de las circunstancias de cada quien.
Los seres humanos somos profundamente resilientes y en la adversidad solemos crecernos. Reconstrucción quiere decir que reconozco qué he perdido y, a partir de ahí, decido qué hacer para caminar confiado en este mundo que, aunque no ofrece certezas absolutas, sí invita a vivir con plenitud.
¿Se puede hablar de un duelo sano y de otro que exceda el proceso natural, ya sea en intensidad o duración, y cómo se puede identificar éste último?
La mayoría de las personas viven un duelo normal, pero sí hay un pequeño porcentaje, entre el 10 y 15 por ciento, que cae en lo que llamamos un duelo complicado. Tiene que ver más con ciertos factores, como la edad, se considera que los niños y las personas de la tercera edad tienen mayores problemas a aceptar el duelo en ciertas circunstancias; las propias circunstancias de la muerte, por ejemplo, con el Covid, cuando algunas personas mueren solas, aisladas; la propia personalidad tiene mucho que ver, por ejemplo, las personas que son muy dependientes pueden pasarla de peor manera, así como las personas que tienen depresión grave o algún trastorno psiquiátrico.
Se puede identificar cuando pasan los meses y no vemos que las personas vayan resolviendo lo que están sintiendo, las emociones son demasiado intensas y eso se prolonga. No podemos decir que el duelo tenga un término. La mayoría de lo que perdemos no se recupera, por ejemplo, en el caso de un ser querido, nadie lo va a recuperar, pero nos deja una huella, y esa huella significa que esa persona siga viviendo hacia adelante, con nuevos proyectos, nuevas ilusiones, con ánimo, con entusiasmo.
En las personas con un duelo complicado vemos que pasa el tiempo y no hay mejoría ni un camino a la reconstrucción. En esos casos habría que hacer otro tipo de valoración.
Además de por la muerte de una persona cercana, se puede tener duelo por la pérdida del empleo, por el fin de una relación…
Sí. El proceso es bastante similar. La emoción, la intensidad va de acuerdo con lo que se ha perdido y lo que para cada uno significa lo que se está perdiendo. Para una persona, un divorcio puede ser la peor de las pérdidas, para otras puede ser un proceso doloroso, pero necesario.
También es importante la manera cómo interpretamos lo que acabamos de vivir.
No suelo hablar de etapas, porque todos lo vivimos de manera diferente. A veces hay tareas que hacer.
En el caso de la pérdida de un trabajo, se piensa generalmente que se perdió el ingreso económico, pero también puede significar la pérdida del estatus social, el rol que representaba para su familia como el proveedor, la autoestima que le daba hacer determinada labor.
Hay un legado que permanece y que nos podría acompañar hacia adelante sin atraparnos en el pasado, reconociendo todo lo bueno que se tuvo.
¿A quien va dirigido el libro?
A la población en general, a quienes han pasado por la pérdida de un ser querido, pero también para todos los profesionales de la salud, porque también enfrentan una situación de un estrés enorme, de gran ansiedad, de muchas veces no poder estar con sus familias, de no tener tiempo incluso para dolerse por lo que están viviendo, y para todos los que laboran en los considerados trabajos esenciales o que tienen la necesidad de ganarse el pan de cada día y salen a la calle con el miedo a cuestas.
Tarditi advierte la disyuntiva en la que vivimos en esta época: elegir vivir con miedo sabiendo que los cisnes negros (un suceso sorpresivo de gran impacto) sí existen y pueden volver a aparecer o caminar hacia el futuro confiando en que no importa qué suceda mañana porque hoy podemos decidir vivir con intención y pasión.
Uno de los grandes mitos del duelo es que hay que dejar de hablar de lo que se perdió, señala Gina Tarditi.
La gente se acerca a los dolientes y les dice: «ya no hables de eso», «ya pasó». Y si se murió alguien: «ya tienes un angelito en el cielo», «por algo pasan las cosas».
«Estas frases hechas que se dan por la ansiedad de ver a un ser querido sufriendo no ayudan. La verdad es que el ser humano necesita explicarse lo que está sucediendo en la realidad. De manera inicial, sobre todo, las personas tienen la necesidad de hablar de lo que sucedió y por qué sucedió», indica la psicóloga.
Otro de los grandes mitos es: «ya no llores», o por el contrario «no has llorado, te va a hacer mal».
Esto va a depender de la personalidad de cada quien, si tiene necesidad de llorar, que se sienta libre de hacerlo, y quien no necesite llorar tampoco tiene que hacerlo, agrega. Cada uno nos dolemos de manera única.
«También decimos que el tiempo cura, pero la verdad es que el tiempo no cura nada. El duelo no es una enfermedad, es un proceso de adaptación, complicado en algunos casos, pero es un proceso que se da ante cualquier pérdida importante.
«Lo que va a hacer que la persona se sienta mejor y lo asimile, es lo que haga en el tiempo, es decir, lo único que no se puede hacer durante el duelo es quedarse con los brazos cruzados y esperar que el tiempo lo resuelva».
Otra de las frases que habría que desterrar es «échale ganas».
«Nadie quiere estar sufriendo. Esto sólo mortifica a quien está sufriendo y lo mejor es estar tan cerca como cada quien lo sienta, tener gestos amables y estar dispuesto a acompañar y escuchar. No se necesitan consejos en ese momento. Podemos acercarnos y decirle simplemente: ‘aquí estoy’, ‘¿cómo puedo ayudarte?’, ‘te quiero’. Aceptar los silencios, por ejemplo, ayuda mucho.
Un mito más: que hay un tiempo límite, una fecha o una etapa determinada para acabar con el duelo.
Pero no, dice Tarditi, el duelo es una herida abierta que al principio duele de una manera aguda y esa cicatriz no desaparece, pero uno puede aprender a resignificar la pérdida, darle un sentido, seguir hacia adelante en la vida, entender que los seres humanos no nos rompemos ante la adversidad.
José de Teresa 253, Campestre Tlacopac, Álvaro Obregón, CP 01040, CDMX
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