Fuente: Animal Político
Por: César Alejandro Gabriel Fonseca
Fecha: 27 de noviembre de 2020
“¿Y para qué poetas en tiempos de penuria? Hölderin contesta humildemente a través de la boca del amigo poeta, Heinse, a quien interpelaba la pregunta: pero ellos son, me dices, como los sagrados sacerdotes del dios del vino, que de tierra en tierra peregrinaban en la noche sagrada”.
Martin Heidegger, Los caminos del bosque
Que el punto de origen de la humanidad sea África, el continente más pobre del mundo, ya dice mucho de nuestro presente. Que no entendamos que los seres humanos llegamos a la Tierra después de que muchísimos seres vivos es el acto de indiferencia e ignorancia más doloroso del que podamos dar testimonio.
Estas acciones nos hacen constatar que hemos pasado por diferentes etapas históricas en las que queda clara la relación entre los animales humanos con los no humanos. Actualmente vivimos el Antropoceno, la era del impacto sobre la Tierra, principalmente en el ámbito climático ¿Y qué han hecho los poderes fácticos, como los medios de comunicación, para hacernos conscientes de esta situación? Pareciera que nada o poco. A ellos simplemente les interesa, ya sea a nivel privado o gubernamental, informar sobre aquello que sea rentable, que se ajuste al algoritmo informático de los contenidos comercializables —virales, los llaman ahora—. Prefieren mostrar los paisajes amables de Europa, la guerra en Medio Oriente —desde una visión judeocristiana, claro está—, o a la gente muriendo en África y a quien “urge ayudar” (pero no profundizan en cómo evitarlo, reducirlo o solucionarlo desde el origen, dejándolos que exploten sus propios recursos, por ejemplo).
Todo este Frankenstein mediático es manejado por el ser humano, mejor conceptualizado como antropocéntrico; es decir, visto por sí mismo como el centro de todas las valoraciones. En la decisión editorial, ya sea impresa, televisiva, radiofónica o multimedia, él es el determinante de lo que es “bueno” y “malo”. Es quien tiene la batuta para definir qué es lo moral y lo ético, y para ello hay que entender que lo moral tiene que ver con lo establecido, normado y reglamentado por las instituciones. Una persona moral es alguien que sigue los preceptos que se le han enseñado; hablamos de quien no piensa, sino obedece. En cambio, alguien ético cuestiona y delibera; tiene libre elección sobre sus actos. Y aquí cabe la pregunta: ¿por qué, si hay Ética, es necesaria la Bioética? Y concretamente en periodismo: si se habla del criterio de Ética periodística, ¿para qué recurrir a la Bioética?
La respuesta es sencilla: Van Rensselaer Potter denominó a la Bioética un puente entre la Ciencia y las Humanidades, y el mensaje era claro desde 1970, cuando utilizó el término por primera vez para reunir el ámbito de los hechos y de los valores. Concibió una disciplina que partiera de lo que él denominó la ‘crisis de hoy’, una crisis generalizada, de claro carácter global que afectaba tanto al individuo como a la sociedad y al medio ambiente. Y es aquí donde cumplen una función muy importante los periodistas, a quienes habría que cuestionarles: ¿qué están haciendo para darle un lugar a estos tres actores fundamentales para nuestra existencia? ¿Son conscientes de esa ‘crisis de hoy’ que advirtió Potter, y de que está en sus manos educar a sus audiencias para que también lo sean?
En el sentido estricto de esta correlación individuo-sociedad-medio ambiente, podríamos señalar al filósofo alemán Albert Schweitzer, quien advirtió sobre la “época peligrosa” en la que vivíamos. Para él, el ser humano había aprendido a dominar la naturaleza mucho antes de haber aprendido a dominarse a sí mismo. Y en este sentido, tendríamos que echar mano de los pensadores Tom Regan y Fritz Jahr, quienes dejan clara la orientación que debe tomar la Bioética: no ver a los animales no humanos y a su entorno (naturaleza) sólo como medios para alcanzar nuestros fines. El contraste se genera cuando nos enteramos de noticias sobre cómo beneficiará comercialmente a Estados Unidos, Canadá o Brasil la crisis de la peste porcina que amenaza la carne de cerdo alemana, pero jamás existe un interés por exponer qué está pasando con esos animales, cuáles son las medidas de protección que tendrán para preservarlos o cómo controlar la situación para mantenerlos saludables, por ejemplo. Aquí empiezan los debates entre la Ética y la Ética periodística, pero sobre todo la urgencia de vincular a esta última con la Bioética.
Hacia la interrogante de por qué Bioética en tiempos de periodismo, la pregunta se hace clave en estos días en los que la violencia entre humanos —de cualquier tipo y a nivel mundial—, es más vista, expuesta y cercana. Esta situación genera una antonomasia del antropocentrismo que, incluso de manera involuntaria y un tanto justificable, hace que el individuo asista a la preocupación de sí mismo. Que se procure a sí mismo, y el entorno medioambiental pase a un término de medio de supervivencia. Por lo tanto, la Bioética tendrá que invitar a reflexionar a los medios de comunicación, y a sus periodistas, sobre cómo difundir la transición de la consciencia antropocentrista a la biocentrista, entendida esta última por el filósofo Paul W. Taylor como llevar a cabo la conexión básica a través del rechazo de la superioridad humana. Es decir, una vez que nos opongamos a la pretensión de que los humanos somos superiores (ya sea por sus méritos o por su valor) a los demás seres vivientes, estaremos listos para adoptar la actitud del respeto hacia toda forma de vida.
De esta manera se puede vincular el objetivo que tendría que alcanzar la Bioética con el periodismo: hacer que este último fomente el respeto por todos los seres vivos a través de sus diferentes plataformas. Cuando quede claro ese propósito, los periodistas harán presente la conveniencia de transitar del antropocentrismo al biocentrismo, emergido como una propuesta para extender el estatus moral a todos los seres vivos y reivindicar el papel de la vida como eje de la Ética. Esto se logrará con la realización de productos periodísticos (notas informativas, crónicas, entrevistas, reportajes, artículos, columnas y análisis) enfocados no en mostrar a los seres no humanos como ornamentos a los que hay que preservar como un medio, sino en una concepción Ética de interacción e interdependencia; como diría Taylor, como una red compleja pero unificada de organismos, objetos y acontecimientos interconectados.
Por lo tanto, la propuesta tendrá que ir encaminada a formar periodistas, desde las aulas, con una deontología bioética que haga producir contenidos informativos que no sólo hagan noticia sobre la protección del lobo mexicano, sino que incite a los lectores, a la audiencia o a sus usuarios a verlos como una especie de animal no humana que se debe respetar por el simple hecho de “ser”. Habrá que exacerbar noticias que tengan entrelíneas más importantes que las económicas o morales-moralistas. Un ejemplo claro es la indignación que ha causado la corrupción y la infidelidad del rey Juan Carlos, en vez de sus conocidas cacerías de elefantes en Botsuana. En el momento en el que estas dos noticias tengan un peso mediático equilibrado, se podrá empezar a ver la influencia de una Bioética periodística.
Cuando la Bioética haya logrado conciliar la consciencia biocéntrica entre los medios de comunicación; éstos ajusten sus barras programáticas, sus agendas del día y coberturas a ese nivel; el lenguaje periodístico tome un enfoque biocentrista (empezar a fomentar el veganismo o vegetarianismo como forma de respeto a los no humanos, por ejemplo, y no sólo exponerlo como una tendencia) y, sobre todo, la gente comprenda el mensaje que implica esa nueva comunicación equilibradamente “diversa”, se habrá avanzado un primer nivel: masificar el mensaje del respeto por todos los seres vivos; humanos y no humanos. Aquí quizás hasta podríamos coquetear con la utopía de una reducción de la violencia entre las personas y entre las sociedades.
El siguiente paso será el individual. Ése que se construye desde la casa, pero en el que también juegan un papel muy importante los mensajes periodísticos. Para el momento en el que nos den información sobre cómo ayudar a conservar a los ecosistemas y no sólo los programas políticos para su preservación, empezaremos a entender que la tarea es equitativa: individuo, sociedad, empresas… los medios de comunicación son piedra angular para empezar a definir la directriz.
Cuando esto pase, no sólo cambiará el entorno humano con el no humano, sino que la misma sociedad se dará cuenta del respeto necesario para con el entorno y, por ende, entre los individuos. Sólo de esa manera podremos hacer a un lado la perspectiva meramente humana y considerar los efectos de nuestras acciones únicamente desde nuestro propio bien. Y como diría Taylor: en ese instante, se produciría un profundo reordenamiento de nuestro universo moral.
* César Alejandro Gabriel Fonseca es periodista multimedia. Tiene un máster por la Universidad del País Vasco, España. Estudió las carreras de Comunicación y Periodismo, y Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. También tiene estudios en Comunicación digital y Enseñanza de español para extranjeros por la Universidad Complutense de Madrid. Actualmente estudia Filosofía en la UNAM. Cuenta con trayectoria periodística en medios como Radio Fórmula, El Universal, Editorial Televisa y Televisión Educativa. Ha colaborado también con el Goethe-Institut México. Desde 2013 es profesor de asignatura en la Universidad Iberoamericana. Actualmente labora en Canal Once.
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